Joan Abelló, el pintor

marzo 5, 2008

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Quizás la palabra que define con más justicia la obra de Joan Abelló es la palabra honestidad. No como un concepto moral, sino como sustantivo artístico: la honestidad del artista que aprende el camino a la manera de los viejos artesanos (como su mismo padre que trabajaba el latón en Mollet del Valles): admirando de pequeño la enérgica pincelada de Joaquín Mir por las calles del pueblo, o haciendo de discípulo en los talleres de otros artistas, fundamentalmente hombres de oficio, Pruna y Pellicer, de los cuales busca no solamente aprender cómo miran hacia dentro, sino también la forma cómo observan el mundo exterior. La honestidad del discípulo que no es vampiro del maestro, sino acompañante, incluso un acompañante devoto. La honestidad del artista que avanza por el centro, campo a través, quizás porque es incapaz de traicionar o escoger uno de los dos caminos que el arte ofrecía a un joven que acababa de asomar la cabeza en el ambiente artístico de la Barcelona de la postguerra: el nuevo camino de los rupturistas radicales o suplantadores de Dios del grupo Dau al set (entre los cuales tenía y tiene amistades: Brossa, Tapies, Pons) y el viejo camino de la convención académica de la Escuela Baixas, del Círculo Artístico y de los maestros Pruna y Pellicer. Estimulado tanto por unos como por otros, Joan Abelló fue avanzando honestamente, equidistante, es decir: buscando una fórmula que hiciera compatible tanto el realismo como la ruptura.

Opinión de Antoni Puigverd, escritor, poeta y filólogo

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Autor: Ignasi Mundó
Título: Pierrot
Año: 1988
Medidas: 130×81

El arquitecto

Autor: Ignasi Mundó
Título: El arquitecto
Medidas: 116×89

Ignasi Mundó, el pintor

enero 22, 2008

La pintura de Mundo parte siempre de unos planteamientos difíciles, como en un constante desafío de ella consigo misma, y ahora, llegado el artista a su plenitud, aunque no haya renunciado a someterse, como punto de partida, a las pruebas más arduas —antes al contrario, parece perseguirlas con mayor insistencia—, diríase que ha ganado confianza con respecto a ellas, en la seguridad de que acabará venciéndolas airosamente. Y es esto, esta confianza, que también se comunica al espectador, lo que hace que esta pintura se sostenga en un punto de, en definitiva, muy grata facilidad en la dificultad.

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Mundo es un colorista extraordinario, pero lo es de un modo especial: no gozándose en el color, en sus halagos y suculencias, como suele ocurrir en los pintores a quienes se acostumbra a dar tal calificativo, sino exaltándolo sin amabilidades, casi como si lo sufriera; o quizá mejor, como si quisiera hacerlo sufrir, punzándolo o acosándolo para exprimirlo en sus últimas y más radicales esencias. Su color es, así, de una riqueza e intensidad imperiosas; pero no es suntuoso, ni está atesorado querenciosa o avaramente, sino prodigado con una especie de furor, como arrojado al fuego vivo en que, chisporroteando ruidosa y triunfalmente, se ha de consumir. Y algo parecido cabe observar respecto a otros aspectos sustanciales de sus obras, interpretados por él con no menor originalidad. Tal es, por ejemplo, la composición, sólidamente estructurada siempre, pero no como mejor parecería que tal cosa podría conseguirse, esto es, mediante el reposo de las formas; lejos de ello, Mundo tiende a infundir a éstas una gran movilidad, incluso a introducir aparentes contradicciones entre ellas. Si, al cabo, impera la conciliación, no es nunca en menoscabo del dinamismo y de una especie como sostenida agresividad a que, básicamente, como necesidad para él insoslayable, las somete en todo instante. De aquí esas tensiones interiores que recorren por dentro toda la obra de Mundó, que se corresponden cabalmente con las establecidas con respecto al color y que son las que le comunican a esa obra su extraña fuerza, su casi insolente inquietud. Es una obra que se produce por nerviosas, hirientes sacudidas, con multiplicidad de direcciones, planos, forzamientos de perspectivas y contrastes cromáticos, pero que acaban concertándose en una superior coherencia, precisamente porque nada de ello ha sido soslayado ni disminuido.

Santos Torroella, crítico de arte
(«El Noticiero Universal», Barcelona, 21-1-1970.)

Autor: Morató Aragonés
Título: Senyora pensativa
Medidas: 61×46

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Autor: Morató Aragonés
Título: Mallorca
Medidas: 65×81

En la obra de Morató Aragonés hubo siempre una preocupación que preponderaba sobre las demás circunstancias: la de dar unidad al cuadro. Esta característica aparece impresa, hoy, en cada obra de este pintor, de manera precisa y convincente. A ello llegó a través de un depurar las líneas básicas de la composición hasta saber quedarse con los elementos precisos, cabales, de cada tema; también, por medio de una unidad del color, que se recrea en los tonos apagados, en armonías de grises suaves, azules desvaídos, de sienas delicados, rosas y verdes apenas insinuados.

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Si en un primer momento pudiera parecer esta pintura, en cuanto al color, algo monótona por la utilización de gamas tibias, bastará estar atento unos momentos ante cualquiera de los cuadros de la actual exposición, para ver crecer la fuerza cromática de estas superficies, para observar cómo se unen u oponen unos a otros los colores, en una armonización, casi musical por las exigencias de los medios tonos y el ambicioso anhelo de perfección razonada.

Nos recuerda esta pintura, por su insistencia en colocar los objetos del tema sobre un solo plano, a lo sumo dos, sin interés por acentuar perspectivas, ya sean aéreas ya lineales, la calidad de cierta manera antigua de concebir el tapiz; pero aquí la presencia del pigmento y el gesto de la espátula son tan pictóricos que nos hacen olvidar enseguida aquél recuerdo.

Pintura que parece hecha sin esfuerzo, tal es la perfecta armonía de sus partes, no debe hacernos olvidar que yace bajo esta facilidad aparente, un esforzado estudio de la firmeza del dibujo, un conocimiento profundo de los grados del color y de sus efectos, de sus choques y sus comportamientos armónicos, y un cierto sentido, muy civilizado, de la vida.

Gamas exquisitas, atenuadas radiaciones atmosféricas, un realismo envuelto en poesías, que sitúa a mujeres y paisajes de hoy en el clima espiritual de un indefinido ayer, son, junto a la insistencia en presentar el tema en un sólo plano, las especiales condiciones de estos cuadros tranquilos, llenos de valores en composición, dibujo y color, que seducen enseguida al visitante.

Opinión F. González Cirer IX-1978

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Autor: Jose Luis Fuentetaja
Título: Estudio de espalda
Año: 1982

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Autor: Jose Luis Fuentetaja
Título: El encuentro
Año: 1983

Fuentetaja es el artista que oculta una verdad que sólo se revela a los privilegiados. Nos describe los cuerpos femeninos con una exquisitez y verismo rayanos en la perfección. Fuentetaja dibuja y pinta como quiere y las mujeres de sus obras viven, piensan y sienten como si palpitasen entre nosotros. A pesar de que no nos lleguen sus voces, el soplo de su aliento o el roce de sus cuerpos los percibimos con una sensación casi física. Son mujeres que rezuman una atracción inconogcible que las envuelve como un resplandor. Su belleza nos atrae irresistiblemente tan pronto las vemos. Pero a veces, en insólitas ocasiones, cuando menos lo esperamos surge el Fuentetaja interior, el reflexivo, y vemos asomar el sinuoso fluir del espíritu en el brillar de unos ojos, en el gesto casi imperceptible de un rostro o en el mohín de unos labios.

 

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Fuentetaja rinde un verdadero culto a la mujer. A la mujer en todos sus estados anímicos o temporales. Y las sorprende en su adolescencia, en su juventud, en la plenitud de su edad y belleza. Porque la mujer es un misterio perenne que Fuentetaja intenta desvelar poniendo en el empeño toda su voluntad y sabiduría. Y pinta a la muchacha en la flor de su existencia, y a la mujer rebosando todo el magnetismo de su feminidad.

El misterio, ese misterio que tanto le atormenta, está ahí, en esas obras pintadas con fervor y pasión magistrales. Un misterio que compone una serie de mitos que difícilmente podríamos desarraigar. Porque la mujer tiende hacia lo oscuro e indefinible cuanto más clara y razonable nos parece. Y es en esa trampa, en ese contrasentido donde no se deja engañar el talento del artista.

Fuentetaja, dejando para más adelante la pintura al óleo, hogaño se dedica a cultivar la técnica del pastel. Y he aquí, en estas series de figuras femeninas, el resultado de un año de labor fructífera en todos los sentidos. Porque, en esta especialidad que encumbró a Chardin, su arte alcanza las más sutiles vibraciones, las calidades más intensas y luminosas. Pasa, insensiblemente, de las gamas cálidas a una sinfonía de colores azules, grises, rosas, naranjas, blancos, violetados que nos sumerge en un verdadero éxtasis espiritual con el Mediterráneo al fondo.

Fuentetaja nos invita a la reflexión con el testimonio elocuente de su obra. Concluye mostrándonos el fin de todo simbolizado por esa Némesis alucinante cubierta con su capa de sombras. Una amenaza que parece haber arribado a esa desierta playa del Mediterráneo a bordo de la barquichuela destrozada por los tiempos y el oleaje y que presentimos ha surcado, desde remotas edades. La laguna Estigia con las almas de los muertos tripulada por el viejo Carente. La diosa de la venganza se yergue para anunciarnos la muerte de cuanto late en la tierra. Viene de las entrañas de la noche y con su rostro lívido y sus ojos desprendiendo negrura nos advierte que no tenemos salvación. Destruimos el paraíso, la virginidad de lo existente y debemos pagar nuestra culpa. Del cataclismo inminente sólo ha de quedar el Jesucristo y el niño de celuloide sin brazos abandonados en la barca. Símbolos de la divinidad que vino a salvarnos y convertirnos en estatuilla de yeso y el de la inocencia mutilada por los hombres.

He aquí, pues, el máximo testimonio de ese misterio llamado mujer. Fuentetaja nos lo ofrece con toda imparcialidad para que saquemos las conclusiones pertinentes.

Opinió de José Alcalá Vargas
CRITICO DE ARTE. MIEMBRO DE LA ASSOCIATION MONDIALE DE LA PRESSE PERIODIQUE